Confesiones II


Tú te enojas,
gritas y salivas mi rostro.

Te enojas casi siempre en la cama,
cuando nos vemos en silencio
y nos conocemos.

Te enojas y me reclamas,
te callas,
y un trozo de crudeza se hunde en tu garganta.

Me insultas tontamente,
me tomas por neurótica e infiel.

Hoy por ejemplo, te enojaste en la regadera,
sólo porque no me dejé tallar la espalda,
-es que lo haces fuerte, no eres sensible-.
Y sólo me empujaste contra la pared del baño.

Te enojas desde hace poco
y no sé por qué,
no me dejas saberlo.

Pero yo te soporto
y te calmo con besos,
con caricias,
con risitas.

Mas ya no quiero,
ya no te quiero.

Sólo te digo T. que hoy no te enojarás,
hoy no tendrás a quien culpar de tus fracasos,
de tus estúpidos errores,
del miserable sueldo.
Hoy no me verás,
no estaré en la regadera,
en las reuniones,
en el trabajo,
en la cocina,
ni en tu cama.
Ya no estaré nunca más.

Te miro lejano.


Te miro lejano,
entre el inicio del espiral.
Como cuarzo labrado,
como cerro otoñal.

Volteo, sola me miro.
De entre la arenilla,
deslizo mi espalda,
llego a ti.

Estoy a tu derecha.
Te miro cercano,
de reojo.

Tú volteas y mis ojos cristalinos,
los robas.

Noticia 13:48.

12 horas. Despierto. Limpio mis ojos de sal seca. Recojo mi almohada del piso, mis sábanas tibias.

Corro al baño y orino. Enciendo el calentador, giro la llave y llueve. Mis plantas secas, mi cabello húmedo. Tallo mis brazos y espalda. Otra vez llueve en mí.

12:40. Seco cada poro, mis rizos los peino. Una huella de agua queda en el piso, el baño cálido vapor. Quito mi toalla y desnuda me miro.

Tomo mis prendas sucias y las respiro, las nuevas las rocío de brisas otoñales. Mi cabello a gotas marca mi pecho.

13 en punto. Abro mi ventana, tomo una manzana y la muerdo con fuerza. Me quedo viendo el trazo de un avión en el cielo. Entro a casa.

Corto pan, bebo, sorbo, mordida, trago, sorbo, masticar, asco. Estoy llena. Recojo todo y limpio.

13:40. Comienzo en mi recámara, alimento al pez. Levanto otra almohada, la sacudo. Las sábanas las extiendo, todo queda como anoche. Enciendo el radio.

13:48. La sábanas tibias ahora frías. En mí un doloroso estremecer.


Para ti, Carlos Monsiváis.

Muñeca rota


Todo se ha alejado de mí.
Se fue en la brisa infernal del amor.
La quise de mí, en mí.
Y como dos lobos nos matamos;
ella a besos y yo a golpes.

Miento si digo que la quise, la quiero.
La quiero y aun así no puedo quitar las briznas de estas manchas.
Su sangre mezclada con la esencia asesina se eleva al techo.
El humo y dos dagas, la llevan a mí.

Esta tarde quiero recordarla así,
bailarina descalza,
de besos rojos
y ojos acerina.

En mis brazos la tomo,
la arrullo
y muere.